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Había visto color en la fastuosa obra de Diego Linares. Multitud de colores. Artista imaginativo, que va más allá de la originalidad. Vive hace más de tres años en nuestra tropical Costa Rica con su familia. La pintura le viene por ancestro. Su padre es el conocido pintor argentino Ezequiel Linares.

Había visto color en la fastuosa obra de Diego Linares. Multitud de colores. Artista imaginativo, que va más allá de la originalidad. Vive hace más de tres años en nuestra tropical Costa Rica con su familia.

La pintura le viene por ancestro. Su padre es el conocido pintor argentino Ezequiel Linares. Después de su formación, puso a un lado su paso por la Academia de San Fernando en Madrid donde, en más de una ocasión, Dalí se le paró a la par a rezongarlo.

Luego de varias exposiciones en Buenos Aires, la contemplación de la soledad del paisaje rural, más bien de altura, allá por los montes de San Isidro de Heredia, debe haberlo hecho meditar.

En Nueva York, el arte comenzó a parecerle un fraude. Volvió al trópico a mirar hacia la niebla de las montañas. De entre la bruma, Costa Rica comenzó a darle las respuestas. De pronto sobrevino un dramático cambio en la pintura de este joven e impresionante artista argentino. Ese cambio es un triunfo para Linares. Se triunfa solamente cuando se tiene la convicción y la certeza de que nuestros ideales, nuestras metas, son más fuertes, más concisas, pero sobre todo más auténticas que los de la "oposición". Para mí (y supongo o sé que para él también), la "oposición" es casi todo aquello bullanguero y falaz que sucede y desfila a nuestro alrededor en la escena del arte. Linares sintió que tenía que oponerse al engaño farandulero de mucho de lo que hoy se pretende ubicar seria y comercialmente en el mundo de la pintura.

De la iridiscencia de sus mujeres de ayer, rodeadas de una fragante coloración tan misteriosa e inexplicable como la de Gauguin, al presente y para esta exposición, Linares nos lanza encima de los ojos, enormes rostros monocromos de esas mismas mujeres.

Mujeres negras, remotas, milenarias. Y ahora, queda uno ensimismado y estupefacto por el poder magnético de esas caras, casi máscaras, de esas formas, de esos torsos, vivos, sensuales, arbitrarios. Son rostros que no ven pero que quisieran ocultar una intensa vida hacia adentro. Una vida que pretende escamotearnos sus adivinables reacciones de gozo ante el placer o el dolor.

La simplificación del trazo de Linares, gran dibujante, nos lleva fuera de la realidad objetiva. Inventa estos rostros mágicos, míticos, sensuales, que solamente quieren estar ahí, estáticos, dueños de la tersa, la inmaculada superficie de la tela, con el propósito de seducirnos con su magnetismo inevitable y perturbador.

Linares sintetiza e ilumina dramáticamente con una simplificación que él se inventó. Además repite sin repetir. Tres rostros que parecen iguales, en tres telas distintas, son totalmente diferentes.

Las expresiones de esas almas revelan vidas interiores de disímiles resonancias. Andy Warhol sí repetía. Sus Marilyns en serie, eran como las etiquetas de sus latas de sopa Campbell. Sabemos que lo hacía deliberadamente, con astucia, como pose y como crítica, como reflejo de nuestra época: la producción en masa y el consumismo.

Warhol lo estableció, lo puso de moda y bueno, pasó. Aquí es claro que la intención es otra. La ruta es nueva y por eso sorprende y sobrecoge. Linares ejecuta trazos de contornos expresivos y vigorosos que evidentemente le surgen sin fórmula, espontáneamente. Estas ideas suyas provienen de su observación y de su lucha interior.

Son como reacciones de ira ante la invasión de lo fraudulento.

La obra de este genuino artista del mundo, atrapa obsesivamente al espectador tan pronto éste se ubica frente a esas cabezas.

A veces intrigan por herméticas o por el contrario, resultan altaneras, sin pudor alguno ni recato. Linares sabe esto ya que ha creado a éstas sus criaturas, con el propósito de exorcizar sus demonios interiores.

Y ahí están para producirnos un estremecimiento inédito, una sensación desconocida, un encantamiento sin antecedentes.

Guido Saénz G.

Ex Ministro de Cultura

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