DiegoLinares

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La galería
de las
negras

De paso por Tucumán, el hijo del maestro Ezequiel Linares, cuenta cómo se abrió camino en el mercado del arte latinoamericano esquivándole a la portación del apellido.

De paso por Tucumán, el hijo del maestro Ezequiel Linares, cuenta cómo se abrió camino en el mercado del arte latinoamericano esquivándole a la portación del apellido.

En algunos colegios tucumanos todavía recuerdan el paso de Diego Linares. “Piel de Judas”, malcriado y encima, hijo de uno de los pintores más importantes del Siglo XX de nuestro país. Asumiendo su delito, el de portación de apellido, no podía hacer otra cosa que delinquir nuevamente. Se casó con la actriz Katya Alemann. Y así fue creciendo cobijado por dos enormes criaturas además de su madre. “Mi viejo pintó sobre la panza de mi mamá: Diego, varón y pintor... y bueno acá estoy”. Hace más de una década que ya no vive en el país y de tanto en tanto, vuelve a visitar a su madre, Yolanda del Gesso. “Una excelente pintora y escultora a la que no conocen tanto", afirma. Su ex esposa, la alemana fue la que lo llevó a Costa Rica. Parecía una vida eterna de descanso, pero justo en el país centroamericano volvió a despertar su heredado amor por la pintura y renació el artista. Locuaz, verborrágico y sin pelos en la lengua asegura que “ya no hay grandes pintores en el mundo” y dispara contra los galeristas y críticos de arte: “la pintura se fue al carajo. Está manejada por cinco giles que digitan el arte actual”, dice. Con sus negras golpeó la puerta del mercado del arte latinoamericano y ahora reside en Panamá. Ellas lo acompañan en su viaje figurativo y alumbran su búsqueda artística. Cuando rememora a su fallecido padre, Ezequiel, recuerda que no le enseñó a pintar, sino a pensar, y aspira que el Gobierno de Tucumán, le dedique al gran pintor un museo donde descansen las obras de uno de los plásticos más reconocidos de la paleta americana.

¿Dónde comienza el viaje de tu nueva obra?

Me fui a New York con una pintura muy distinta. Tenía un trabajo que se llamaba 'La Soledad de la Belleza, y sentía que, igual que a mi viejo, nos tildaban de pintores decorativos porque pintábamos la belleza. Me di cuanta en New York que mi pintura no iba a funcionar. Así que agarré las negras y me dije: las voy a pintar tan grande que las van a tener que ver. Las voy a hacer enormes. Les quité la naturaleza, todo eso que venía de la selva tucumana y del paisaje que tenía en Costa Rica y arranqué con las pinturas monocromáticas y unas negras gigantes.

Los cambios ¿te lo impuso el mercado o un galerista?

No. En ese momento yo estaba solo. A la gente le fascinaba el tema de las negras porque les planteaba la idea del nacimiento, eso de preguntarse de dónde venimos. Y a mí me fascinaba.

¿Qué peso específico tuvo el apellido Linares en tu obra?

Al principio, probablemente en la Argentina mucho. Fue difícil despegarse del hecho de ser hijo de un pintor tan talentoso. Ademas era hijo de Linares y el marido de Katya Alemann: era como vivir en medio de fantasmas. A pesar de ello, siempre tuve el apoyo de los dos y de mi madre que tiene un talento impresionante porque es una gran pintora y escultora.

¿Cuál es el último recuerdo artístico que tenés de tu papá?

Fue en su última muestra. Porque advertí su capacidad, después de la muerte de Joaquín, para quebrar un poco el dibujo. Era la muestra de Los tigres de Borges, y tuvo el culo de venderla entera. Después, con la muerte de Joaquín, creo que el viejo se quebró y no lo pudo superar.

¿Cómo defínís hoy tu obra?

En un momento sentí una especie de abandono. Una sensación donde la selva tucumana, los recuerdos de la pintura de mi padre, de Aurelio Salas, mi vieja o Berni estaban sin estar. Así que de repente cerré los ojos y encontré a una mujer también con los ojos cerrados. Fueron mis primeras obras. Allí pinté las sensaciones de una mujer que es mi mujer interna, a la que cuido porque está más castigada (a mi hombre le va mucho mejor). Empezaron cerrando los ojos, los abrieron de a poquito y hoy están espléndidas. La última serie que estoy pintando se llama Tatúame (escríbeme en la piel), que es una serie de mujeres que por ahí se enojan, se ríen o están caminando. Y de pronto, aparece una negra enojada que tiene el cuerpo tatuado con juguetes de niños. Además le puse alas recordando una pintura de mi viejo, así que ahora es una negra alada.

¿ Visitás a los viejos colegas de tu padre?

Los que siento colegas de mi viejo están en Buenos Aires, como por ejemplo Rómulo Maccio; de acá de Tucumán, recuerdo a Dante Cipullo o Dumit y después a Aurelio Salas con los que eran muy amigos. Pero mi viejo se aisló de su grupo de amigos y su charla siempre se dirigió a sus alumnos. Mi viejo no te enseñaba a pintar, te enseña a pensar. Y además le ponía 10 a todos!

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